Morir esperando la terapia adecuada en la Franja de Gaza es el destino casi inevitable de las mujeres que padecen cáncer de mama. Sin solvencia económica, no hay tratamiento. Además, en muchos casos son abandonadas por sus maridos, que no aceptan el resutado de una operación en la que ha de ser amputada una parte de su cuerpo que ellos consideran que les pertenece. Estas mujeres valientes pasan inadvertidas, salvo para quienes se atreven a amarlas y otorgarles el respeto que merecen. Sus ganas de vivir, su fuerza de vountad y una enorme capacidad de resistencia al dolor que permanece durante años, las hacen heroínas; teniendo en cuenta que cualquier cambio brusco del ambiente, cualquier sacudida que advenga
tiempos de guerra, las hace vulnerables, en una situación que combate la pobreza del día a día con el bloqueo israelí, la escasez de medicamentos y la
injusticia.
En la Franja de Gaza sólo dos hospitales tratan el cáncer: el Hospital
Central de Shifa, en la ciudad de Gaza, y el Hospital Europeo en Khan
Younis. Ambos cuentan con tres y dos oncólogos, respectivamente. Las
dificultades para proveerse de medicamentos son muy importantes porque
se agotan con rapidez. No consiguen una continuidad en los tratamientos.
Un 40% de los casos han de ser referidos a hospitales fuera de la
Franja. No tienen radioterapia, el bloqueo lo impide, y son aproximadamente el 90% de las mujeres enfermas de cáncer de mama las que deberían recibir
este tratamiento.
Su lucha es invisible ante los ojos de quienes han de establecer la paz, su enfermedad no existe, ellas no existen. Están condenadas a muerte.
Su lucha es invisible ante los ojos de quienes han de establecer la paz, su enfermedad no existe, ellas no existen. Están condenadas a muerte.
Paso a relataros un caso anómino, pero real:
Apenas iniciada la treintena, una joven cuenta que su menstruación comenzó a ser irregular y a sentir dolor en un pecho, una tirantez extraña. Al hablarlo con una amiga que tenía conocimientos en medicina, le preguntó si le habían
examinado el pecho alguna vez. En la exploración descubrió que tenía un bulto pequeño. Rápidamente a través del amigo de un amigo de la amiga, logró que le hicieran una mamografía. Los
resultados mostraron un tumor de dos centímetros y medio, pero que tenía que esperar a que creciera para extirparlo. No esperó, pidió dinero y partió a Egipto, que en aquella época, mediados del 2012 dejaba cruzar la frontera con cierta libertad. Recién operada regresó sin demora, el dinero se acababa y tenía que hacer frente a la deuda. Cuando al regresar a Gaza unos análisis hormonales confirmaron que el tumor era maligno se derrumbó, lloró, rezó... pero consiguió recomponerse y salír a buscar a su hija y a su hijo que estaban con unos parientes.
A día de hoy no está curada, necesita volver a Egipto y no es posible, la frontera de Rafah está cerrada. En lista de espera, observa como su cuerpo no respeta los ritmos políticos, un nuevo bulto provoca su desesperación ante las preguntas que en su cabeza resuenan sin cesar, además de todos los porqués, sin respuesta a la injusta realidad que mantiene subyugado a su pueblo.
Mi respeto, admiración y reconocimiento a las mujeres Palestinas, y en especial para las mujeres enfermas de cáncer de mamá, poniendo en valor su capacidad de
adaptación, su entereza para seguir con su trabajo, con sus responsablilidades, además de proteger a quienes aman y reivindicar a su tierra.
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