Tras un
viaje a Palestina de José Saramago, premio nobel de literatura en 1998 y
tristemente fallecido en el año 2010, el periodista
Javier Ortiz concertó con el conocido escritor una entrevista. Esta
quedó recogida en el libro “¡Palestina Existe!”, publicado el
año 2002 por la editorial Foca.
He
considerado recuperar algunos fragmentos de la entrevista ya que
ponen sobre la mesa una serie de observaciones que deben tenerse en
cuenta siempre que se afronta el problema de la ocupación de
Palestina por parte de Israel. Algunas de estas opiniones puestas en
boca de una persona desconocida podrían parecer exageradas o fuera
de lugar, lo cierto, es que José Saramago fue una persona a la que
difícilmente se le podía acusar de publicar opiniones infundadas.
Adentrándonos
en la entrevista, en una de las primeras preguntas, Saramago describe
la situación en la Franja de Gaza y en Ramala del siguiente modo:
“...oí la protesta indignada de los que
vieron sus casas destruidas, los lamentos de los que lloraban sus
muertos, vi largas filas de palestinos a la espera de que les
permitieran el paso en los puestos de control para ir a trabajar al
“otro lado”, percibí la frialdad con que los soldados israelíes
intentaban enmascarar su propio miedo...”.
En aquel
momento, el también fenecido Ariel Sharon presentaba un “plan de
paz” que para Saramago no preveía otra cosa que “...un
remedo de Estado palestino sin capacidad militar y con autoridad
sobre un territorio reducido, que incluía zonas de seguridad,
vallas, alambradas electrificadas y puestos de control, todo ello
destinado a separar físicamente a los árabes de los israelíes.
Dibujemos un mapa y veremos que lo que Sharon pretende es convertir
el llamado “territorio palestino” en un inmenso campo de
concentración.”
Este plan no
era visto con buenos ojos por todos los judíos. Saramago decía en
aquel momento “...tengo cartas de
supervivientes o de familiares de supervivientes que no consiguen
entender la política de Ariel Sharon...” a
la vez que se hacía eco de los “...reservistas de las fuerzas
armadas israelíes que se niegan a servir en los territorios
palestinos ocupados...” siendo víctimas de
“...cárcel, pérdida de empleo,
aislacionismo social, la consideración de traidor...”.
En la misma línea recordaba a la “mítica
cantante Yaffa Yarkoni, de setenta y siete años
(81 en la actualidad), que desde la guerra de
1948 ha acompañado todas las batallas de las tropas israelíes,
luego de mirar un noticiero con escenas de Yenín declaró a la radio
del ejército: -Cuando vía a los palestinos con las manos atadas a
la espalda, hombres jóvenes me dije, es lo mismo que nos hicieron en
el Holocausto. Somos un pueblo que atravesó el Holocausto. ¿Cómo
somos capaces de hacer esto?”.
Un hecho
anecdótico que recordaba Saramago era indicativo de la actitud que
en Israel se tiene hacia los palestinos. Mientras visitaban la ciudad
vieja de Jerusalén les acompañaba un traductor palestino “...en
cierto momento, un judío que pasó junto a nosotros pronunció una
palabra hebraica... La
expresión del rostro de Elías Sanbar me hizo preguntarle qué era
lo que el hombre le había dicho, y Sanbar respondió –Dijo: Cortar
el cuello; se dio cuenta que yo era árabe”.
En otro
momento de la entrevista Javier Ortiz, el entrevistador, señalaba la
gravedad del apartheid que Israel practica contra el pueblo palestino
recordando que “entre 1947 y 1949, más del
50 por cien de la población árabe fue echada de Palestina. Unas
700.000 personas... Podría hablarse incluso de limpieza étnica”.
Es en este punto cuando Saramago señalaba algo terrible y que
siempre debemos tener en cuenta cuando observamos la política de
ocupación de Israel sobre palestina: “Si
Israel hubiera simplemente “empujado” a los palestinos hacia
Cisjordania y la Franja de Gaza, podríamos hablar, indistintamente
de segregación o apartheid, pero lo que en realidad pasa es algo
diferente y peor: Israel no quiere tener a los palestinos como
vecinos; quiere que desaparezcan del paisaje”.
Llegados a
este punto es preciso entrar en la cuestión de la equidistancia o
neutralidad, que demasiado a menudo se práctica desde Europa cómo
una forma falaz, egoísta y cobarde de sensatez. Frente a esta
cuestión Saramago señalaba “...esto no es
un conflicto entre dos partes equiparables. No se trata del
enfrentamiento entre dos Estados, cada uno con su ejército y sus
fronteras... Aquí lo que tenemos es un Estado, dotado de un ejército
poderosísimo, que se dedica a la conquista de un territorio que
pertenece a otro pueblo, la destrucción y la rapiña de sus
pertenencias, a la humillación sistemática, a la reclusión en
guetos o, alternativamente, a la expulsión de la gente de su tierra.
Y por otro lado tenemos la Intifada, piedras, kaláshnikov viejos,
suicidas que van a matar...” Ante una situación así, la
neutralidad es imposible. Declararse “neutral”, o “equidistante”,
¿a qué equivale en la práctica? A no intervenir, esto es, a
permitir que Israel siga avanzando en su política de hechos
consumados. Negarse a actuar en contra de Israel es de hecho, apoyar
a Israel”.
Y aquí es
donde entra el sin pudor con el que Israel hace uso del Holocausto
para tapar sus propias miserias, convirtiéndose en un estado
rentista de uno de los acontecimientos más sangrientos y
vergonzantes por los que ha pasado la humanidad. Mejor dejamos que
sea Saramago quien nos lo diga con sus propias palabras: “El
Holocausto es, como decía antes, la gran y permanente
autojustificación de los israelíes. Piensan que, por mucho mal que
ellos puedan infligir ahora a quien sea, nunca será comparable al
que sufrieron ellos. En su conciencia patológica de pueblo escogido,
creen que el horror que padecieron les exime de culpa alguna por los
siglos de los siglos. No conceden a nadie el derecho a juzgarlos,
porque ellos fueron torturados, gaseados e incinerados. Además, y a
la vez, quieren que todos nos sintamos corresponsables del Holocausto
y que expiemos nuestra supuesta culpa aceptando sin rechistar cuando
hagan o dejen de hacer. Se han convertido en rentistas del
Holocausto, pero lo cierto es que ni nosotros tenemos culpa alguna en
aquella barbarie ni ellos pueden hablar en nombre de las víctimas
que aquello generó. Es más: me pregunto, y es una pregunta
retórica, porque tengo algunas respuestas concretas, qué pensarían
los que murieron en Auschwitz y en otros campos de concentración
nazi, y las víctimas de los pogromos y de otras persecuciones
históricas sufridas por el pueblo judío, si levantaran la cabeza y
vieran lo que Israel está haciendo en su nombre. Estoy seguro de que
muchos se cubrirían el rosto avergonzados”.
En la
entrevista hay otros momentos interesantes, sin embargo los que he
facilitado son los que he creído conveniente destacar. Las
conclusiones son muy claras; Israel tiene hacia el pueblo palestino
una política si no exactamente igual si en muchos aspectos parecida
a la que tuvo el Tercer Reich contra el pueblo judío; escondernos en
la neutralidad no nos hace otra cosa que cómplices de una limpieza
étnica que amenaza con borrar del mapa a un pueblo entero. Desde que
José Saramago participó en la entrevista han pasado ya catorce
años, sin embargo la situación en la actualidad no es sino mucho
peor. Lo que antes solo eran alambradas ahora son muros enormes que
conforman una gran cárcel a cielo abierto. La expulsión de
palestinos de sus casas continua rampante, los asentamientos ilegales
en tierra palestina de judíos venidos de los confines del planeta
continúa siendo una norma, las propias Naciones Unidas declaraban en
el 2015 que la situación en la Franja de Gaza es insostenible a
pocos años vista debido al bloqueo establecido por Israel; pero es
que el listado de violaciones de los derechos humanos por parte de
Israel es interminable, detenciones ilegales, acciones militares
contra población civil, ejecuciones extrajudiciales...
La comunidad
internacional no puede quedarse al margen de tan brutal violación de
los derechos humanos. Es preciso enfrentarse a una situación que es
intolerable. No se puede hacer la vista gorda a diplomáticos que se
declaran abiertamente a favor de la limpieza étnica, comprar
productos fabricados en una tierra tomada por la fuerza, invertir en
la construcción de más muros de la vergüenza o mirar hacia otro
lado cada vez que Israel le siega la vida a una persona por el mero
hecho de ser palestina.
Rf.